Era el primer espectáculo callejero de la semana y ella, lucía maravillosa con su ropa entallada y elegancia característica. La risa de los niños no los distrajo para encontrar en sus miradas el deseo que les quemaba las entrañas, sabían lo que el destino les deparaba. Él, aún con sus pantalones coloridos, el chaleco amarillo pollo, su maquillaje y voz de pito, no dejó de llamarle la atención.
Ninguno se sorprendió cuando al final del acto, el sombrero color verde pistache se llenó de billetes; solamente querían acercarse el uno al otro.
Cuando por fin lo hicieron, ella se carcajeaba cuando el terminaba una palabra. Él, la miraba extrañado, en su condición no-payaso. Intercambiaron números telefónicos, se despidieron de beso y antes de que se ella se alejara por completo, él le limpió el cachete.
Cuatro días consecutivos: Donde las miradas aumentaban de intensidad y el tacto corporal se hacía más presente.
-Nos vemos mañana – le dijo él con una voz irreconocible.
-Sí, Alegría mía
-Tú, hermosa damita; eres de las pocas afortunadas que saben mi nombre. Puedes llamarme por él.
-No no –sonrojándose– Es mejor llamarte Alegría mía, hasta mañana
Se despidieron con un abrazo y caminaron en sentidos contrarios; como la primera vez, demostraron ser unos completos extraños, incluso de sí mismos. Al día siguiente, ella preparó su mejor lencería que cubrió con una blusa blanca y una falda entallada, se soltó el cabello. Las formas curvas le sobresalían y la sonrisa que se le pintaba en la cara las resaltaba.
Él, traía su mejor traje: el azul rey que acentuaba el tono de su piel, su camisa rayada y colorida que hacía juego con el maquillaje, que a la vez, le marcaba las facciones finas pero firmes y masculinas. Sus ojos color miel, estaban encuadrados tras unos lentes grandes de pasta color rojo. Se abrazaron, el le dio una flor hecha de globo, caminaron hacia la Av. Principal contando chistes altamente sexosos y de humor negro. Llegaron a la habitación que tenían reservada en el hotel. El no se pudo resistir y por fin, le agarró una nalga. Ella rió como una niña viendo su espectaculo y le contestó el gesto acariciando su entrepierna.
Él le contestó con una sonrisa lasciva y maliciosa. Ella le lamió el cuello, el la tomó por sus pechos y la aventó a la cama, montándosele al mismo instante.
-Cuando me beses, asegúrate de mancharme
Los besos no paraban, cada vez demostraban más pasión. El la despojo bruscamente de su vestimenta, exceptuando los ligueros; ella le lamía los brazos y apretaba el miembro, como previniendo que no se escapara.
-Penétrame! – pidiéndoselo como si fuera una condenada a muerte
El, apresurado, se quería bajar los pantalones pero ella lo empujo con el pie.
-NO! NO! ¿Qué haces pendejo? Déjate el traje puesto
Ya no podían más, el instinto animal hacia que se necesitaran como sedientos en el desierto, ella estaba desnuda y se acariciaba los senos; desesperada.
¿Entonces nada más me bajo la bragueta? —seguido con la risa que solo utilizaba en sus espectáculos; chirriante.
Ella, se levanto como si hubiera tenido un coito interrumpido; malhumorada y sudada. Abrió los ojos y solo alcanzo a ver, un globo rojo saliendo del pantalon azul rey.
Qué divertido!, yo tengo fantasías sexuales con payasos y niños gordos disfrazados de piñata
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